Retrato de Veronika K.

    Todo empezó cuando tenía ocho años. Mis padres, judío ruso y casado con judía alemana, habían empezado su vida en Belgrado donde nací dos años después de casarse.

    Mi padre era profesor de dibujo en la Escuela Oficial de Artes Aplicadas y mi madre trabajaba en el Hospital Militar de Belgrado. Llevábamos una vida plácida. Yo iba a la escuela y a la salida muchas tardes iba a la Academia donde trabajaba mi padre y dándome un papel y un lápiz me hacía dibujar lo mismo que a sus alumnos. Después nos íbamos juntos a casa donde nos esperaba mi madre.

    Un día llegó mi padre con el semblante trastornado. Se encerró con mi madre en su habitación. Estuvieron hablando pero no pude averiguar de qué estaban discutiendo. Dos días más tarde mi padre no fue a trabajar y mi madre tampoco. Sobre la cama había dos maletas que mi madre iba llenando. Cuando me vio de pie junto a la puerta, paró lo que estaba haciendo y mirándome con su dulce mirada dijo:

    —Nos vamos de casa. Vamos a cambiar de país para el bien de todos. Ya verás, el cambio te gustará.

    —Pero, ¿A dónde vamos? Yo me encuentro bien aquí.

    —Nos vamos a París. La capital del mundo.

     

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